Desde hace días el mundo de los negocios se preocupa por lo que podríamos llamar el asunto Volkswagen, relativo a la decisión de algunos elementos de la empresa, que de 2009 a 2015 colocaron una trampa en los mecanismos de control de emisiones que son establecidos en los diferentes países para reducir la contaminación del medio ambiente, haciendo aparecer menos contaminantes a cuatro modelos de la empresa y a un modelo Audi. La cuestión tiene ramificaciones interesantes, ya que Volkswagen es propietaria de Audi y arma motores para Seat, quien ya vio un problema semejante en años anteriores y que ahora se apresura a declarar que no está involucrada. La trampa fue descubierta gracias a pruebas realizadas en la Universidad de Virginia en abril de 2013, aunque Volkswagen recién en este mes lo reconoció.
En realidad es curiosa la reacción de sorpresa por este hecho, hemos olvidado que la auditoría de estados financieros surgió y progresó tratando de evitar, precisamente, las trampas de empresarios fraudulentos que tal vez no hayan sido muchos, pero que han sido ingeniosos y renombrados a través de los años. Tenemos casos desde antiguos como Frank Musica y la invención de un almacén de su empresa en Australia que emitía documentos de movimientos de mercancías que no existían, aquel petrolero texano que pasaba el escaso petróleo que tenía de un tanque a otros veinte para simular ante los auditores una existencia con la que no contaba y Carlo Ponzi que prácticamente se considera el inventor de lo que llamamos en México fraude a través de pirámides; hasta los recientes de Bernard Madoff, Nick Leeson que ocasionó la quiebra del Banco Barings y la empresa Enron.
Pero todo ha provocado que la auditoría se perfeccione, en especial la financiera, y la auditoría forense, sirva para recopilar pruebas en casos de fraude.
En cambio, la auditoría operacional o la auditoría administrativa no tienen el auge debido. Sea que pretendamos revisar las operaciones de la empresa, de cualquier tipo: producción (que sería aquí el caso), informática, compras, almacenaje, ventas y cualquier otra que se nos ocurra; o que la revisión se enfoque en los aspectos administrativos del negocio que, también de alguna manera se han visto afectados en este caso, cuando menos en el aspecto ético. Estas auditorías revisan lo que hacen los directores generales y por ello mismo no son frecuentemente solicitadas, ya que ellos no son abiertos a la crítica.
Escuchamos las declaraciones de trabajadores alemanes avergonzados de que su empresa, uno de los emblemas del país, haya sido capaz de hacer algo así, cuando su publicidad a nivel mundial dice que Volkswagen no es un auto, sino que es “el auto (das auto)” y, por otra parte, el director general de la empresa se ha ido y eso también parece adecuado, puede que haya muchos culpables, pero nadie puede imaginar que un fraude de ese tamaño era ignorado por la autoridad principal de la organización.
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