Llega una directora a PWC

Apenas el 24 de mayo pasado en el artículo “La mujer y la contabilidad” decía: En los años setenta del siglo pasado, en los despachos de auditores sólo había una mujer entre los ayudantes que ingresaban a trabajar y a varias de mis compañeras de generación les tocó abrir brecha en las entonces ocho grandes de la auditoría y soñar, sólo soñar, que alguna vez serían socias directoras. Alguna tuvo, incluso, que aceptar el puesto de asistente de un socio, ya que era poco común que hubiera auditoras. Hoy en día tenemos un buen número de socias en todos los despachos, grandes y pequeños.

Con este antecedente surge, hace unos días, la excelente noticia de que Ana Paula Jiménez es designada directora de PricewaterhouseCoopers en México a partir del 1 de julio. Es el primer caso de una mujer con esta responsabilidad en una de las actuales cuatro grandes firmas de auditoría y consultoría y, siendo puntuales, diríamos que en la más grande y líder del ramo. Ella sustituye a Mauricio Hurtado quien concluye un periodo de cinco años al frente de la firma.

Ella trabajó antes en General Electric y en el Despacho Chevez, Ruiz, Zamarripa y Cía. Egresada de la Universidad Iberoamericana. Tiene tan sólo cuatro años en PwC.

Ana Paula Jiménez será socia directora hasta 2024 y es líder actualmente de Insourced Solutions for Tax (impuestos, controversias, riesgos, fusiones y adquisiciones), dentro de PwC. Será la encargada de implementar la nueva estrategia llamada La Nueva Ecuación (una búsqueda de nuevas soluciones en un mundo diferente, lo resumimos simplificando al máximo) y sucede cuando se anuncian inversiones millonarias de la firma en contratación, entrenamiento y tecnología para mejorar su desempeño.

Pareciera que hoy se cierran dos ciclos, el primero iniciado en la segunda mitad del siglo XVIII, dónde se conoce el caso de María Luisa Regules, española venida a México, quien es considerada la primera contadora de México. En la biblioteca del Museo de Antropología hay un libro de cuentas de ella que realizó como parte de un examen. El otro iniciado en 1906 cuando se funda en el país el primer despacho extranjero Pricewaterhouse. Por otra parte, se inicia uno nuevo con el nombramiento de Ana Paula Jiménez, en el que los auditores y consultores de la firma han decidido elegirla olvidando cualquier otro criterio que no sea el de los viejos reyes Capeto de Francia: primus inter pares, primer lugar entre los iguales, tomando en cuenta sólo lo pertinente, como el talento y las cualidades de liderazgo.

Como sucede en el ámbito de la Contaduría Pública, el anuncio ha sido discreto y vale la pena difundirlo y festejarlo por la importancia que tiene para nuestra profesión y para el mundo de los negocios.

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De impuestos, tasas efectivas y algo más

El lenguaje de Hacienda es difícil de entender y los tiempos actuales no lo facilitan. Lo obvio se entiende, el Servicio de Administración Tributaria (SAT) quiere recaudar más y recurre a todo, incluidos los amagos y las amenazas para lograrlo. Pero hablar de reforma fiscal en la cual no subirán impuestos y afirmar que aumentará la recaudación no caben bien esos conceptos en la misma frase.

Calcular las tasas efectivas promedio de las industrias y publicarlas está bien, pero es importante para el lector recordar que son calculadas sobre ingresos, no sobre utilidades, hasta los periodistas neófitos en temas fiscales lo señalaron la semana pasada. El que una empresa esté por arriba o por debajo de esas tasas promedio habla de la habilidad o de la falta de ella de su departamento fiscal, no necesariamente de una evasión. El compararlas con lo que pagan las personas físicas no es válido, ya que una empresa paga sueldos y adquiere insumos en cantidades que un particular o no hace o lo hace en términos mínimos; en lenguaje contable no son cifras comparables.

Pareciera oportuno más que anunciar las grandiosas recaudaciones futuras, trabajar en tres áreas:

Simplificar el cálculo de los impuestos, lo cual muchas voces han pedido, comenzando por el Instituto Mexicano de Contadores Públicos. Conforme este proceso sea más sencillo se evitarán errores y es probable que aumente la recaudación.

Hacer un trabajo serio y constante para que los informales paguen impuestos. En México el tamaño de este sector es gigantesco y vive refugiado en lo mucho que sufren. Cualquier tipo de recaudación sería buena y permitiría iniciar un control en el sector.

Ahora que se habla tanto de acabar con la corrupción sería bueno que ambas partes de la cuestión trabajaran sobre el asunto. El SAT ha mejorado en los últimos cuarenta años, pero queda mucho camino por recorrer y se siguen conociendo historias espeluznantes de corrupción provenientes de su interior, en un gobierno que habla mucho pero hace poco para promover la honestidad. Del lado de los empresarios también debe insistirse en trabajar seriamente con las nuevas generaciones; ya que somos incluyentes, responsables con el medio ambiente, partidarios de la igualdad de género pero ¿somos éticos?

Aquí entra el mejor aprovechamiento de los servicios de los contadores y tiene que ver con el punto anterior. Un artículo mencionaba que las grandes empresas tienen departamentos contables gigantescos y expertos en aprovechar los recovecos legales para reducir el pago de impuestos y que los pequeños negocios están desprotegidos, aunque agregaría que son tacaños y esperan ayuda gratuita de profesores y amigos, cualquier cosa antes que pagarle al contador.

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Un poco más sobre la auditoría

Complementando el artículo anterior, puntualizar que los auditores no son perfectos y pueden equivocarse e incluso actuar mal (el inicio de este siglo nos trajo varios ejemplos), pero no implica dudar de la auditoría, ya que sería equivalente a negarse a volar en un 757 porque una avioneta cayó a tierra. Los puntos favorables son abrumadoramente mayores que los desfavorables, incluso cuando un auditor dice frente al presidente, de la empresa, que se equivocó y luego corroboramos que el auditor tenía razón.

Discutir las conclusiones de una auditoría no es fácil, implica que la organización debe corregir algo y ningún directivo es fácil en tales reconocimientos, pero deben ser discusiones técnicas no políticas. Un par de ejemplos ilustran esto.

Un auditor mexicano se capacitaba en el despacho estadounidense líder de una red mundial de despachos y participó en la auditoría de la Arquidiócesis de Boston. El grupo de auditores comía en la cafetería donde lo hacía todo el personal, fueran religiosos o no, y era curioso ver pasar al Cardenal de Boston, un viejecito delgado de cabello blanco y mirada bondadosa que parecía flotar camino de su mesa e iba repartiendo bendiciones entre los comensales. Al concluir el trabajo este auditor preguntó con quién iban a discutir las correcciones, los ajustes como se dice en lenguaje técnico, y la respuesta fue que con el propio Cardenal. Llegaron a su oficina, fueron recibidos con delicada cortesía, les ofreció café y galletas y el encargado finalmente anunció que venían a discutir una serie de ajustes que habían encontrado. La respuesta fue fulminante, dando un puñetazo sobre el escritorio, el santo varón dijo: a mí ustedes no me van a pasar ningún maldito ajuste. La discusión terminó bien y se desarrolló en términos técnicos después del exabrupto, pero no fue fácil.

Otro caso era el de un célebre director de empresa cubano, radicado en México, con quien los auditores se reunieron al final de su trabajo y el ajuste principal se refería a mercancía obsoleta, que se juzgaba debía considerarse en su mayor parte una pérdida, por su poca probabilidad de ser vendida. Los que fueron a aquella reunión comentan que el directivo pareció enloquecer y poniéndose de pie repetía: ¿obsoleta, obsoleta? A continuación afirmó que él pintaba de verde aquella mercancía y hacía que los clientes la recibieran de una manera tan poco ortodoxa que no puedo reproducir aquí. La discusión también concluyó bien para los auditores y su ajuste fue aceptado.

El mensaje final tiene que ver con el manejo adecuado del conflicto, todavía recuerdo la imagen de un encargado de auditoría golpeando la puerta de la oficina del contador de la empresa que se había encerrado y no quería escuchar los gritos con los que se le señalaban sus errores.

A veces los auditores no son diplomáticos, pero tienden a tener la razón.

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Contaduría, fiscalización y votos

Como excepción y este artículo semanal aparece en viernes.

Algunas características de la Contaduría no son evidentes. Por ejemplo, decía el gran contador Alejandro Prieto que los contadores nunca podríamos trabajar en regímenes socialistas, cuando menos no en la parte más importante de nuestra profesión que es la auditoría, porque en dichos sistemas no había independencia de criterio para opinar. Tal vez hubiera opinado lo mismo sobre regímenes populistas.

Tres anécdotas que vienen ahora a cuento porque complementan lo dicho en el párrafo anterior.

En una auditoría que se realizaba, teníamos una aparente buena relación con el Contralor de la empresa, quien pasaba por nuestro lugar de trabajo y bromeaba, aunque sus bromas siempre iban en el sentido de menospreciar o descalificar la labor de los auditores. Nuestro encargado, que era especialmente talentoso, al revisar el trabajo en el área de Caja, pidió extender pruebas más allá de lo normal a pesar de que todo parecía en orden. El resultado fue que hallamos un fraude de grandes proporciones que involucraba al Contralor, al Contador y al Cajero de la empresa. Fraude, además, de lo más tonto porque se había sustraído dinero y sólo iba cubriéndose el faltante con nuevas sustracciones.

En una gran organización un amigo insistió en la junta de directivos para que se hiciera una auditoría. El director general se opuso con los argumentos más peregrinos diciendo, por ejemplo, que los auditores eran personas molestas que incomodaban a los empleados. Dada la autoridad del director general perdimos la votación y no se aceptó hacer auditoría. Pocos años después el hombre se retiró de la empresa, pero pidió quedarse a cargo de las construcciones de nuevas sucursales. Después de varios días de sentidas despedidas por parte de sus subalternos, el ex director desapareció y se supo que los auditores, recién nombrados, habían encontrado un gran desfalco durante su administración.

El punto es que cualquier gran directivo, del sector privado o del sector público, será mejor si está sometido al escrutinio de un observador independiente y lo más imparcial posible. Les recuerdo siempre a mis alumnos que el papa Francisco, casi recién electo, designó a PricewaterhouseCoopers como auditor del Vaticano, ante las presunciones de malos manejos que le hacían llegar.

Las administraciones públicas que ha tenido este país han tenido de todo, pero vale también la pena recordar algunos casos de honestidad, no importando el partido al que pertenecían y procurar más ejemplos de éstos. Un contador había acudido al entonces Departamento del Distrito Federal para pedir una rebaja en una multa aplicada a una empresa de la cual él llevaba la contabilidad. Su esperanza era que el funcionario a quien acudía había sido su profesor. Lo recibió después de una antesala de dos horas, lo abrazó, lo escuchó y le dijo que por supuesto que le concedía una rebaja del 1%, agregando que no se le permitía nada de un monto mayor.

Creo que los contadores insistiríamos en que auditar, fiscalizar, vigilar es indispensable para que cualquier directivo o funcionario se mantenga honesto. En arca abierta hasta el justo peca. El domingo al votar y, después también, pensemos en que debemos auditar a los elegidos, les guste o no.

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